"Amo a los militares. Los he amado siempre y prefiero ser la amante de un oficial pobre que de un banquero rico", declaró la espía durante el proceso que la condenó a muerte.
Pocas mujeres han despertado tantas pasiones y sembrado tanto misterio a su alrededor como Mata-Hari, la más legendaria espía de nuestro siglo. Ella misma se encargó durante años de urdir la inextricable red de rumores y fantasías que envolvieron en una nebulosa a aquella bailarina exótica, apasionada, amante de un batallón de caballeros influyentes y arriesgada espía, hasta que las biografías han podido demostrar que la famosa bailarina hindú, aclamada en París, en Berlín y en Montecarlo, no era más que una mentirosa patológica y una aventurera caída en desgracia. Pero lo malo no es que Mata-Hari, o mejor, Margaretha Geertruida Zelle, fuera una impostora, una bailarina abominable y una espía de medio pelo, dispuesta a venderse al mejor postor. Lo peor fue que a causa de sus muchos embrollos se vio condenada a morir a los 41 años ante un pelotón de fusilamiento en el castillo de Vincennes. "La verdad es que como espía fue poca cosa" ,diría con indudable cinismo el capitán Ladoux, el mismo que había pedido para ella la pena capital.
Lo cierto es que Margaretha Geertruida, que se fabricó un pasado en la India en el seno de una familia de brahamanes, no era más que la hija de Adam Zelle, un modesto sombrerero holandés al que sus vecinos apodaban el Barón, por sus delirios de grandeza y sus costumbres extravagantes. A los seis años, Margaretha Zelle, fue matriculada en el colegio más caro de la ciudad y enviada a clase, el primer día de curso, en una carretela dorada tirada por dos cabritas blancas enjaezadas como para unos esponsales principescos. Las burlas de sus compañeras no hicieron mella en la futura Mata-Hari que descubrió pronto el placer de verse convertida en el centro de todas las miradas. "Era diferente de las demás niñas -dijo años más tarde una compañera-, en su naturaleza estaba el deseo de brillar".
Se Feliz.
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