La selección chilena iba a disputar, contra la Unión Soviética, un partido decisivo para la clasificar a la Copa del Mundo.
La dictadura de Pinochet decidió que el partido debía disputarse en el Estadio Nacional, sí o sí.
Los presos que el estadio encerraba fueron trasladados de apuro y las máximas autoridades del fútbol mundial inspeccionaron la cancha, césped impecable, y dieron su bendición.
La selección soviética se negó a jugar.
Asistieron dieciocho mil entusiastas que pagaron entrada y ovacionaron el gol que Francisco Valdés metió en el arco vacío.
La selección chilena jugó contra nadie.
Continua
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