Cuando nos cambiamos a vivir en esta casa yo contaba con cinco años a lo mucho y era un niño por demás cuidado y protegido (Cosa que a mi padre no le hacía ninguna gracia, como olvidar las discusiones sostenidas por mis padres por culpa de los cuidados que mi madre me prodigaba. Mi padre solicitando que me dejara salir a la calle a juntarme con los chamacos de la cuadra y mi madre negándose a hacerlo, argumentando que me podía perder o lastimar. A lo que mi padre respondía - Déjalo que se haga hombrecito, chingao. si sigues así me lo vas a volver maricón. No chingues, Rosa).
Continua
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