A
las tres de la mañana del domingo 18 de noviembre de 1901, en
la céntrica calle de la Paz (hoy calle Ezequiel Montes) la
policía interrumpe una reunión de homosexuales, algunos de
ellos vestidos de mujer. (En esta crónica, me atengo a la
excelente investigación hemerográfica de Antonio S. Cabrera).
La escena, inventada con brío en cada recuento periodístico,
es sucesiva o simultáneamente patética o apocalíptica, al
gusto de una época que, a través del escándalo se acerca
deleitosamente a sus prohibiciones. De ellos, 22 visten
masculinamente y 19 se travisten. Este es el repertorio
imaginado o extraído de las noticias policiales (no publicadas):
faldas, perfumes caros, pelucas con rizos, en una recámara una
cama adornada donde hay un niño de mercería, la rifa de un
joven agraciado (Bigotitos Rizados), caderas y pechos postizos,
aretes, choclos bordados, maquillajes de blanco o de colores
estridentes, zapatos bajos con medias bordadas, abanicos, trajes
de seda cortos, ajustados al cuerpo con corsé.
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